“LA” Maratón
Estaba tranquilo y emocionado al mismo tiempo, como en la mayoría de carreras. Aunque en una maratón la emoción suele ser mayor. Y en esta, después de haberlo intentado tres veces, se convirtió en una mezcla de euforia e incredulidad. Ya en la edición 124 de 2020, cuando estaba a punto de emprender el viaje, se canceló por la aparición del CoVid. Acepté a correr de forma virtual ese año y volví a intentarlo, de forma presencial, en la edición 125 de 2021. Cuando ya me veía cerca de la línea de salida, las fronteras de USA se mantuvieron impermeable a los europeos por la continuidad del CoVid. La actual edición 126 no estuvo falta de complicaciones, pero a diferencia de los acontecimientos anteriores, llegué a la línea de salida, recelando de que algún nuevo imprevisto me impidiera nuevamente correr.
En esta edición corrían muchas mujeres, posiblemente motivadas por el 50 aniversario de su participación oficial. En concreto, en la edición 76 de 1.972 corrieron oficialmente ocho mujeres con dorsales desde F1 a F8. Y para sorpresa de los organizadores “¡no se les cayó el útero!” después de los 42,196 kms. Antes de ese año otras mujeres corrieron clandestinamente tomando la salida escondidas tras un arbusto, con ropa de hombre, ocultando el pelo en una gorra o inscribiéndose sólo con el apellido por miedo a ser descubiertas. Este fue el caso de la ya famosa Kathrine Switzer, que inscribiéndose como K. Switzer, consiguió correr de forma oficial el maratón de Boston de 1967. El codirector de la maratón usó la fuerza física para coaccionarla y expulsarla gritando “sal de mi carrera y devuélveme el dorsal”, pero consiguió completar la maratón gracias al apoyo de su entrenador, su pareja y otros corredores. Aunque posteriormente quedó descalificada, desde entonces el dorsal 261 ha pasado a la posteridad como símbolo de igualdad, de inspiración, motivación y empoderamiento de las mujeres atletas.
En este contexto salimos de la villa de los atletas en dirección a la línea de salida. Iba entretenido hablando con mis compañeros, aunque fue un largo recorrido. Una vez llegamos a los cajones de salida, me ubiqué en el que me correspondía y al poco de ello dieron la salida. Los seis primeros kilómetros fueron algo rápidos por la bajada, pero no me dejé llevar por la euforia. El público y los ánimos nos arropaban; la temperatura y la humedad eran las adecuadas; y el sol y la sonrisa de los corredores lucían radiantes.
Después de estos primeros kilómetros el perfil se moderó, y con él mi ritmo que ajusté a lo que tenía planificado. Los avituallamientos, cada dos kilómetros, ofrecían los primeros metros Getorade y en los posteriores agua. Justo antes de llegar al kilómetro 20 oí un griterío que ya esperaba. Se trataba de las señoritas del precioso colegio mayor de Wellesley (donde en 2003 se rodó la película “La sonrisa de Mona Lisa”). Son jóvenes que cada año animan a los corredores en el ya conocido como “túnel de los gritos”. Llevan carteles con mensajes de ánimo y ofrecían besos a los corredores que quisieran pararse. Como ya lo sabía, me agencié antes un llavero de recuerdo de Barcelona y se lo regalé a la chica que más gritaba. Pero no paré.
Seguí al ritmo marcado y, aunque en el kilómetro 25 empezaron los toboganes, no aflojé. En el 27 los desniveles eran más pronunciados y las piernas ya empezaron a doler. Ajusté mi ritmo a otro más lento hasta que en el 29 el dolor aumentó más. Pensé que un muro tan temprano me auguraba un mal final. Este es de los momentos de la maratón en los que evalúo mi situación y valoro las diferentes opciones para escoger la de menor riesgo. Sabía que hasta el kilómetro 35 seguiría subiendo y bajando colinas, con lo que mis condiciones serían peores a falta de todavía 7 kilómetros para el final. Ya había bajado mucho el ritmo y si lo bajaba más acabaría andando. A mi favor pensé que no detectaba ninguna lesión y mis pulsaciones eran bajas. No tenía problemas de fondo ni de lesiones. Así que decidí ignorar el dolor de piernas y aumentar el ritmo. Recuperé el ánimo y fui subiendo y bajando colinas esperando la temida Heartbreak Hill del km 32,8 al 33,4. Un kilómetro antes, en una subida menor, una corredora me preguntó si aquello era la Heartbreak Hill. Le contesté “Not yet”, puso cara de decepción y resignados seguimos subiendo.
En el kilómetro 32,8 empezó el ascenso. Muchos corredores se pusieron a andar, mientras el numeroso público de Newton los animaba a no dejar de correr. Cuando no me lo esperaba, y entre la multitud de carteles que mostraba el público, vi a una mujer que blandía con energía uno enorme que decía: “The Heartbreak Hill is behind you”. Me alegré mucho, agité los brazos agradeciéndole el gesto y aumenté el ritmo hasta donde pude.
Seguí constante, ya sin sentir el dolor de mis piernas ni conseguir que fueran más rápidas. Sólo me importaba ya disfrutar de la carrera, del público, del entorno y esperar a mi familia en el último kilómetro. Tras el esperado cartel de “1 Mile to Go”, busqué a mi familia con la mirada y pronto oí los gritos de mi loca hija: “¡Papi!, ¡Papi!, ¡muy bien!, ¡CORREEEE!”.
Bien, al final no ha sido muy difícil escribir una crónica donde prácticamente sólo han aparecido mujeres. Va por ellas.